jueves, febrero 18, 2016

Sensibilidad

Cuando uno tiene que sacar fuerzas para seguir adelante después de una situación dolorosa es como si entrara en modo automático y no para. Pero el combustible se termina y en el preciso instante en el que uno se detiene para cargar más, cae el peso del dolor con toda su fuerza. 

Mañana va a hacer un mes que mi papá falleció. Por momentos parece que fue hace unos días, otras veces parece que fue hace un año. Así de relativo es el tiempo cuando se pierde a un ser querido. En su momento, me tomé unos días para comenzar a elaborar el dolor, pero estar en casa tirada en la cama llorando y pensando me hacía peor. Al empezar de nuevo la actividad en el negocio tuve que enfrentar el enorme vacío de su ausencia y a la vez su presencia impregnada en cada rincón: porque era su negocio y su casa. A menos de una semana de su muerte, hice el intento de comenzar a limpiar su habitación, pero me resultó abrumador. No sólo porque era su habitación, sino porque en los últimos tiempos el lugar quedó impregnado de recuerdos pocos felices. Me quebré y decidí que iba a retomar la limpieza cuando me sintiera un poco más fuerte, cuando pudiera manejar todo lo que está guardado en ese lugar. 

La piloteé por casi un mes, ocupada con el negocio, los perros, la casa, el departamento, mi mamá y salidas con amigos para distraerme. Sin embargo, ayer cuando necesitaba recargar fuerzas y al mismo tiempo intentaba seguir en piloto automático, me quebré. Estoy desocupando una mesa que estaba llena de cosas acumuladas, y dentro de todas esas cosas encontré folletería y publicidades del negocio que mi papá había diseñado totalmente a mano ya que era un negado de la computadora. Folletos tipografiados con Letraset y montados en fotocopia que cuando uno veía el resultado final ni se imaginaba que no estaban hechos digitalmente. Me largué a llorar a raudales porque de repente lo recordé sentado en el escritorio trabajando con los Letraset y recortando papeles, yendo y viniendo de la fotocopiadora, experimentando reducciones y ampliaciones. Pude sentir en esas láminas la dedicaciòn y el amor que le puso a su negocio toda la vida, y me sentí abrumada. 

Hoy cuando salí de bañarme, le comento a mi mamá que voy a llevar a ponerle pilas al reloj pulsera que él usaba porque quiero usarlo yo. Y me vino a la mente una escena de sus últimos tiempos, quizás un par de días antes de que se internara por última vez. Habíamos tenido una conversación muy seria sobre dinero, y él desde la cama me dice que buscara el reloj de su abuelo, que ahora era mío y que lo vendiera si necesitaba plata. Yo le dije que no rotundamente, que no pensaba venderlo y que ese reloj era suyo. Ahora que recuerdo su rostro, me doy cuenta de que él sabía que no le quedaba mucho tiempo, tenía una expresión que mezclaba tristeza, impotencia y tal vez un poco de miedo. Todo esto lo recordé en un segundo mientras le contaba la anécdota a mi mamá y me dirigí a mi pieza a paso apresurado antes de que el llanto volviera a controlarme. 

Mientras lloraba en mi pieza, me atravesó el pensamiento de que la persona que fue mi novia hasta hace poco más de tres semanas no me acompañó en todo este proceso de dolor, no al menos de la manera que yo esperaba y necesitaba. Y más allá de que ella se defienda diciendo que es poco empática, no deja de doler su ausencia de empatía. No deja de doler que el mismo día que intenté limpiar la habitación de mi papá y me quebré, ella decidió pausar la relación. Y ante este pensamiento seguí llorando con más fuerza. 

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